lunes, 28 de septiembre de 2009

Uólquin dáun Falucho strít

Me mira fijo, toma posición y me ladra. Tiembla, me muestra los dientes, amaga a que viene, va hacia atrás, me torea. Amago a agarrar un piedra del piso y eso me da unos metros de distancia; el infame perro blanco y naranja retrocede. Llego a la esquina, doblo y escucho todavía sus ladridos. No sé por qué, pero los perros me odian. Los muy malditos aprovechan cualquier oportunidad para mortificarme. Me ladran, me gruñen, me persiguen. De a uno, de a dos, de a muchos. Odio a todos los putos perros en nombre de los pocos que me han mordido. Sé que es una equivocación filosófica, pero me chupa un huevo. Los odio.

Uólquin dáun Falucho strít,
bordeando el cementerio de Alte. Brown,
los perros no son mi peor problema.
Uólquin dáun Falucho strít,
Saltando las zanjas que huelen a muerto,
Pisándome los cordones embarrados,
Perdido.
Uólquin dáun Falucho strít
La calle de las flores y los muertos
Uólquin dáun Falucho strít
Donde las tumbas vencidas
Serán removidas
Sin previo aviso
Escupo a mi sombra
Y escucho los latidos.
Todos nuestros muertos laten, tiemblan
Ante el ofensivo aroma
De las flores de las coronas
“los muchachos del club”
“tus compañeros de oficina”
“Flia. Amoruzzo”
“Tu esposa e hijos”
todos ellos te odian, pequeño/a,
y se odian a sí mismos,
ellos están encerrados
pensando en sus futuras coronas
y no están aquí,
uólquin dáun Falucho strít

Cumbia. Los del Bohío a todo lo que da. Se escucha: Una pueerta, que se abre, hilos amarillos de mi cuarto, menos amarillos quéeeeee... y se apaga. El coro de la gente dice: La naaadaáaaaáaá... y sigue el punteo de la guitarra. Ahora todo está tranquilo. Camino silbando y tarareando la canción de los del Bohío... en eso estoy, mientras una idea llega a mi cabeza con el poder de una descarga de una Kalashnikov en el desierto iraní: Ese tema no es de no es de Los del Bohío, es de una vieja banda hippie. Creo que su nombre era Vivencia y estaba en un simple que del otro lado tenía un tema llamado En el hospicio. Curiosos, irrelevantes y epifánicos pensamientos que me regala la noche de Alte. Brown. Los perros de la cuadra aúllan melancólicamente detrás de las rejas de las casas, y la luna desangra su plateada luz sobre el negro terciopelo de la noche. No hay ni una estrella, solo la luna y un enorme y hermoso fondo negro liso. Creo poder asegurar que soy la única persona caminando por esta calle en este momento, los sábados a la noche la gente prefiere hacer otras cosas en lugar de caminar por la calle del cementerio. Algunos duermen después de otra agotadora jornada de trabajo mal pago, otros entran a los cementerios del centro a tomar unas copas y hacer gala de la histeria colectiva, otros tantos estarán sentados en sus pequeñas habitaciones preguntándose qué hacer con sus huesos, acercándose peligrosamente a los bordes de la existencia y fumando y bebiendo y rompiendo todos los putos espejos en la casa. Me siento en una esquina, enciendo un porro y saco la petaca casi vacía. Brindo por todos los putos espejos rotos del mundo, fumo en honor de los caídos. Se acerca un perro amigable, se echa a mi lado y se estira para que lo acaricie. Su necesidad de afecto me conmueve. Lo acaricio. La luna nos ilumina más que el alumbrado público, la ciudad se come a sí misma, la democracia capitalista escupe calles de tierra, zanjas y olor a mierda. También perros perdidos, gatos en celo, tiros, merca húmeda, porro meado, vino adulterado, choripanes en las vías y Mac Donalds en el centro. El perro apoya su cabeza en mis piernas y me mira con sus tristes y redondos ojos de perro. Le pregunto cómo anda, qué onda con su vida de perro, si es lo que él esperaba de cachorro y si cree que los perros detectan algo en mí que los mueve a atacarme. Le comento que creo que se debe a que soy abiertamente más amante de los gatos que de los perros, le pregunto si eso salta a la vista o si emano algún aroma solo perceptible por la raza canina que me delata. El perro me mira, gime y me lame la mano. La comunicación funciona, pero solo a cierto nivel. Reconozco la respuesta a mis comentarios, pero no entiendo cual es su significado. Fumo un poco más y me levanto. El perro se queda echado en el piso. Lo acaricio y le digo que espero que siga bien y que nadie le haga daño nunca, que siga siendo un perro amigable. No me contesta. Enciendo el último Camel del paquete, doy media vuelta y me alejo. A los pocos metros me doy vuelta para ver por última vez a mi amigo, pero él ya no está. Sigiloso cual ninja había abandonado esa esquina para siempre. Igual que yo: Uólquin dáun Falucho Strít.

Uólquin dáun Falucho strít

Me mira fijo, toma posición y me ladra. Tiembla, me muestra los dientes, amaga a que viene, va hacia atrás, me torea. Amago a agarrar un piedra del piso y eso me da unos metros de distancia; el infame perro blanco y naranja retrocede. Llego a la esquina, doblo y escucho todavía sus ladridos. No sé por qué, pero los perros me odian. Los muy malditos aprovechan cualquier oportunidad para mortificarme. Me ladran, me gruñen, me persiguen. De a uno, de a dos, de a muchos. Odio a todos los putos perros en nombre de los pocos que me han mordido. Sé que es una equivocación filosófica, pero me chupa un huevo. Los odio.

Uólquin dáun Falucho strít,
bordeando el cementerio de Alte. Brown,
los perros no son mi peor problema.
Uólquin dáun Falucho strít,
Saltando las zanjas que huelen a muerto,
Pisándome los cordones embarrados,
Perdido.
Uólquin dáun Falucho strít
La calle de las flores y los muertos
Uólquin dáun Falucho strít
Donde las tumbas vencidas
Serán removidas
Sin previo aviso
Escupo a mi sombra
Y escucho los latidos.
Todos nuestros muertos laten, tiemblan
Ante el ofensivo aroma
De las flores de las coronas
“los muchachos del club”
“tus compañeros de oficina”
“Flia. Amoruzzo”
“Tu esposa e hijos”
todos ellos te odian, pequeño/a,
y se odian a sí mismos,
ellos están encerrados
pensando en sus futuras coronas
y no están aquí,
uólquin dáun Falucho strít

Cumbia. Los del Bohío a todo lo que da. Se escucha: Una pueerta, que se abre, hilos amarillos de mi cuarto, menos amarillos quéeeeee... y se apaga. El coro de la gente dice: La naaadaáaaaáaá... y sigue el punteo de la guitarra. Ahora todo está tranquilo. Camino silbando y tarareando la canción de los del Bohío... en eso estoy, mientras una idea llega a mi cabeza con el poder de una descarga de una Kalashnikov en el desierto iraní: Ese tema no es de no es de Los del Bohío, es de una vieja banda hippie. Creo que su nombre era Vivencia y estaba en un simple que del otro lado tenía un tema llamado En el hospicio. Curiosos, irrelevantes y epifánicos pensamientos que me regala la noche de Alte. Brown. Los perros de la cuadra aúllan melancólicamente detrás de las rejas de las casas, y la luna desangra su plateada luz sobre el negro terciopelo de la noche. No hay ni una estrella, solo la luna y un enorme y hermoso fondo negro liso. Creo poder asegurar que soy la única persona caminando por esta calle en este momento, los sábados a la noche la gente prefiere hacer otras cosas en lugar de caminar por la calle del cementerio. Algunos duermen después de otra agotadora jornada de trabajo mal pago, otros entran a los cementerios del centro a tomar unas copas y hacer gala de la histeria colectiva, otros tantos estarán sentados en sus pequeñas habitaciones preguntándose qué hacer con sus huesos, acercándose peligrosamente a los bordes de la existencia y fumando y bebiendo y rompiendo todos los putos espejos en la casa. Me siento en una esquina, enciendo un porro y saco la petaca casi vacía. Brindo por todos los putos espejos rotos del mundo, fumo en honor de los caídos. Se acerca un perro amigable, se echa a mi lado y se estira para que lo acaricie. Su necesidad de afecto me conmueve. Lo acaricio. La luna nos ilumina más que el alumbrado público, la ciudad se come a sí misma, la democracia capitalista escupe calles de tierra, zanjas y olor a mierda. También perros perdidos, gatos en celo, tiros, merca húmeda, porro meado, vino adulterado, choripanes en las vías y Mac Donalds en el centro. El perro apoya su cabeza en mis piernas y me mira con sus tristes y redondos ojos de perro. Le pregunto cómo anda, qué onda con su vida de perro, si es lo que él esperaba de cachorro y si cree que los perros detectan algo en mí que los mueve a atacarme. Le comento que creo que se debe a que soy abiertamente más amante de los gatos que de los perros, le pregunto si eso salta a la vista o si emano algún aroma solo perceptible por la raza canina que me delata. El perro me mira, gime y me lame la mano. La comunicación funciona, pero solo a cierto nivel. Reconozco la respuesta a mis comentarios, pero no entiendo cual es su significado. Fumo un poco más y me levanto. El perro se queda echado en el piso. Lo acaricio y le digo que espero que siga bien y que nadie le haga daño nunca, que siga siendo un perro amigable. No me contesta. Enciendo el último Camel del paquete, doy media vuelta y me alejo. A los pocos metros me doy vuelta para ver por última vez a mi amigo, pero él ya no está. Sigiloso cual ninja había abandonado esa esquina para siempre. Igual que yo: Uólquin dáun Falucho Strít.

miércoles, 2 de septiembre de 2009

Estimada Sylvina Walger

Amenazado por los cuchillos de una aburrida tarde de domingo, le escribo estas líneas a propósito de su artículo del domingo 23 de Agosto de 2009 titulado “Legado Comunista”. Le confieso que no soy lector suyo; no es que le tenga particular antipatía, es solo que nunca antes me había detenido en su escritura. La nota en sí, me resulto altamente entretenida y disfrutable. Estos rumanos violentos, poderosos y delirantes y sus maldades, me resultaron de los más simpáticos. Usted pensará: que tipejo más siniestro... qué le vamos a hacer, nos encanta mirarnos en esos espejos mágicos humanos que agrandan empequeñecen y deforman nuestras miserias. Realmente la felicito. Lo que me mueve a escribirle (además de mi anhelo de eternidad), es el título. Creo que atroz. No voy a exponer aquí una defensa del comunismo, quédese tranquila, aunque es preciso aclarar que este régimen me resulta bastante más simpático que a UD. Es clara su postura negativa ante la instauración de la dictadura del proletariado, y me parece excelente que lo manifieste cuando le venga en gana. Todos tenemos nuestras filiaciones a flor de piel y ser objetivo es una quimera estúpida y carente de sentido. Vuelvo: a mi, lo que usted opine del comunismo me tiene sin cuidado. No me interesa, no me parece ni bien ni mal. Un desinterés carente de todo encono hacia su persona; me interesa tanto lo que usted opine sobre el comunismo, la natación olímpica o la física cuántica, como lo que opine la señora de la despensa de a la vuelta de mi casa. Pero la intención de ligar o justificar la violencia demente de inyectar a tres pequeños huerfanitos con el virus del Sida con la práctica comunista y no con la vileza intrínseca al ser humano, me resulta insostenible. Vuelvo a felicitarla por la nota, aunque me quedo con la impresión de que la elección del título recae sobre un odio casi infantil para con el comunismo. Usted nos muestra una historia de gente que es violenta, perversa y no sobre comunistas o sobre el comunismo. Usted, por supuesto, puede escribir de la manera que más le parezca y poner los títulos que le resulten más simpáticos, desde ya, y espero que no tome esto como un ataque hacia su persona. Usted no me conoce, yo no la conozco a usted; somos irrelevantes el uno para el otro. Pero usted me tendió una trampa. Una trampa en la cual caí (punto para usted). Usted, Sylvina Walger, me llevó de paseo por Rumania y me mostró las vilezas cometidas por dos personajes siniestros y me dijo que eso, esa violencia demente acuartelada en el poder absoluto, era el comunismo. Si yo pienso que usted es una conchuda y usted piensa que soy un pelotudo, es irrelevante. Pero me molestó sobremanera terminar el texto y leer nuevamente el título. Que usted me diga que el comunismo es una mierda hedionda llena de moscas y que prefiere (supongamos, porque desconozco por completo sus simpatías políticas) un estado ausente, bananero y neoliberal es una cosa, pero que se plante desde una visión símil a la de las películas bélicas yanquis durante la guerra fría y que me diga que toda esa violencia demente, toda esa maldad y todos esos delirios de grandeza fueron propiciados por la doctrina comunista o por la práctica del comunismo en determinada región geográfica es otra bastante distinta.
Comencé a escribirle esta carta a las tres de la tarde y ahora, que la retomo, son ya las dos de la mañana. Enciendo un porro y sigo. Calculo que esto es bastante extraño. Me imagino que las cartas (mails) que recibe son siempre escuetas felicitaciones o cataratas de insultos, pero que nadie le escribe, que nadie le habla. Esto, por supuesto, referido al campo profesional digamos, a sus lectores. Quizá su marido, su amante, sus hijos, su compañera, sus primas, sus amigos sí le escriban unas bellísimas cartas... quién sabe... Sabe una cosa, estimada, usted tiene cara de amiga de Bernardo Neustad. No me pregunte por qué, pero así funciona. Estoy muy curioso, mi amiga, es el efecto que produce este porro en particular. Genera eso, una curiosidad infinita. Le digo que es muy muy entretenido, no es de esos porros que a uno lo sumen en una estupidez somnolienta. Es un porro para hacer crucigramas, aprender idiomas, leer la novela de zombies de Stephen King o mirar El ladrón de orquídeas. Hagamos una cosa: yo me comprometo a regalarle un buen troncho de este porro si usted me contesta este mail.
Sigo lleno de curiosidad. No sé nada de usted salvo que tiene cara de amiga de Bernardo Neustad y que escribió esta tendenciosa y (en un sentido) amenazante nota para el diario Crítica el domingo 23 de Agosto. Es simpática usted? Es una terrible conchuda histérica que trabaja para la CIA? Es una persona accesible? Tiene caballos? Juega a los caballos? Es una buena amiga? Anda por la calle? Se esconde en su country? Alquila un departamento de tres ambientes en villa Urquiza y vive con tres asquerosos pequineses? Come carne? Qué opina de la vida que le tocó? Tiene guardaespaldas? Usa lentes de contacto? Es usted una persona importante y tiene empleados o secretarios que le leen los mails y eliminan los que juzgan innecesarios? Leerá las cartas que le envían sus lectores? Cree en la existencia de sus lectores? Le interesará todo esto?
Me despido en esta madrugada de lunes pidiéndole que considere mi oferta (el intercambio de mail por porro) y haciéndole saber que, a mi modesto modo de ver el mundo, le debe una disculpa o una explicación a toooooooodos los comunistitas que pueblan este bello y peligroso valle de lágrimas. Ellos y yo (ya que nos hemos hecho bastante amigotes) la esperamos ansiosos y expectantes.

La saluda a la distancia.

G. Fink

PD: Acabo de ver su foto otra vez. Parece que la relación de su foto con Bernardo Neustad, va viento en popa. Ahora tiene cara de novia de Bernardo Neustad. De modo que me atrevo a asegurar que la próxima vez que la mire ya tendrá cara de esposa de Bernardo Neustad esperando su primer hijo. Mis más sinceras felicitaciones; que el niño llegue con un pan bajo el brazo y que todo sea con salud.