miércoles, 21 de diciembre de 2011

Incendiario

Incendiario

Nada, ni hola dijo el tipo, llegó y se desplomó sobre la mesa y se puso a llorar como un marrano. Le pregunté qué le pasaba y sólo murmuró algo inteligible sobre que se había muerto su madre y su chica lo había dejado. Estúpido, le dije, las madres se mueren y las chicas te dejan, así funciona el mundo. El replicó que todo eso lo hacía sentir feo, viejo, gordo y mal cojedor. Agarré mi vaso de fernet y me fui afuera, a la calle, y me senté en el cordón de la vereda. Encendí un cigarrillo y disfruté del vientito fresco que ayudaba a respirar. Diciembre 2011: el mundo arde, los boludos se amuchan y la fiesta Kirchnerista se resiste a llegar a su fin. La idea era, a fin de cuentas, incorporar a las masas al consumo? Eso era? Si era eso, hubiésemos dejado todo cuando teníamos 18 y listo. Disculpen, yo iba a contar una historia y, de hecho, es lo que voy a hacer de ahora en más. Sólo una última pregunta: los anarcoperonistas son una especie creada en los laboratorios secretos de Puan?

Ahora sí.

El viento, el vaso de fernet y el cigarrillo. Una combinación mágica que evitaba que escuche al marrano llorar. Eso era lo que necesitaba, algo de tranquilidad, estar con las patas desnudas sobre el asfalto tibio y nada de piedad para nada ni nadie. Que revienten como escuerzos fumadores, que revienten mal, echando humo, como triangulitos húmedos el 25 a la tarde. Al carajo con sus cerebros psicoanalizados y sus pretensiones. Al carajo conmigo también, ya que estamos. Agarro el vaso y lo revoleo contra la pared de la fábrica de enfrente. Estalla y es hermoso, sólo me gustaría que hubiese estado lleno de nafta súper y que prendiera fuego la fábrica, y que el incendio sea enorme y que las dotaciones de bomberos voluntarios (esa gente tan, pero tan asquerosamente buena) se viesen superadas y que el incendio se extienda por todo Ezpeleta y alrededores. Pero eso no pasa y tengo que ir adentro a buscar otro fernet. Mientras me lo sirvo, escucho al marrano llorar y me asquea. Nadie te quiere, nadie te conoce realmente, y nadie va a salvarte de nada, estúpido, le grito antes de salir. Él no escucha, sigue llorando y moqueando. Me siento nuevamente en el cordón de la vereda. Tomo un trago, cierro los ojos y lo escucho. Ese sonido es tan particular que sé que no me equivoco. El Lobo llega con su R 12.

- Qué hacés en la puerta?

- Es que el marrano no deja de llorar…

- Qué marrano?

- No importa…

- Voy al río, venís?

- No

- Mirá que hay merca… y de la buena.

- Mirá vos.

- Cagate

- Me cago, chau. – y en el último segundo antes de que el Lobo arranque – Aguantá, me pongo las zapas y vamos.

Zarpamos. La nave lobo come asfalto y quema nafta. El estéreo suena demasiado fuerte.

- Qué estamos escuchando?

- Calle 13, reggaetón… Centroamérica, te suena?

- Así que de golpe te me convertiste en un rebelde adaptado?

- Siempre lo fui.

- Vos usas Adidas, Adidas no te usa a vos…

- Claro.

- Puta.

- Qué?

- Qué mal gusto que tengo para los amigos.

- Tenés mal gusto para todo.

- Sí, tu vieja es bastante fea.

- Pero… la chupa bien.

- Eso es verdad.

Optamos por el silencio. Es eso o bajar en el Monte a cagarnos a trompadas. Estoy de un humor bastante particular últimamente. Estoy en guerra con todo y con todos, incluido yo mismo. Estoy pasando por una etapa de odio. Tengo una ametralladora de mierda y no hay trinchera, viejo, no la hay. No hay bandos. Todos son la misma mierda reflejada en un vaso de agua. Yo también, ok, pero que alguien se anime a apuntarme, que alguien pruebe suerte. Tengo más balas que cualquiera. Bajamos por Otamendi y llegamos a la rotonda principal. Compramos una cerveza en el kiosko, caminamos hasta la rambla y nos sentamos.

- Y la merca?

- Ahora viene.

- Nahhh, no me digas que venimos escuchando Calle 13 para colgar a esperar a un transa del Monte…

- Nada que ver, amigo, quédate tranquilo. Ahora nos vienen a buscar.

- Igual, yo no voy a ningún lado, terminamos la birra y me voy a tomar el 85 acá enfrente.

- Hacé lo que quieras.

- Más vale.

- Vos te la perdés.

- Me imagino: merca húmeda, gatos de cuarta y algún cana durísimo que se cree Tony Montana… mucha grasa, cortinas, transpiración y Criadores con cubitos.

- Es un amigo que es rugbier y pega una menesunda de la concha de la lora.

- Un careta.

- Sabés la fuerza que estoy haciendo para no meterte una trompada y bajarte todos los dientes?

- Me imagino.

- Bueno, entonces rescatate.

- No me rescato una mierda.

El Lobo me mira fijo, muerde sus labios y mueve la cabeza de izquierda a derecha.

- No te voy a pegar… me parece que ya tenés bastante siendo un pelotudo. Y eso que no empezaste a tomar.

- Qué voy a tomar si estamos acá como unos boludos tomando Diosa Tropical tibia?

- Aguantá…

- Aguantá, aguantá… siempre lo mismo, estoy cansado de aguantar, loco, cansado.

- Andate, entonces, para qué mierda viniste? Ni que te hubiese enfierrado para que vengas… tomatelás, andá. Mirá, ahí arranca un 85 vacío, hasta vas sentadito y todo. O querés que te lleve a upa?

- No… todavía queda birra.

Agarro la botella y me alejo unos metros. Me siento en los escalones y veo cómo sube el río. En menos de media hora, calculo, tendré que pasarme al escalón de arriba si no quiero mojarme. Los borrachos tomamos cualquier cosa, es verdad, pero no existe una pequeña ironía en el hecho de estar en el río de Quilmes y tomar Diosa Tropical?; yo creo que sí, que eso es sólo una pequeña muestra de lo horrible que puede llegar a ser el mundo en determinadas ocasiones. Escucho los pasos, El Lobo se acerca.

- Pasame el envase que voy a comprar otra.

Le paso el envase sin mirarlo y me quedo sentado. Una olita minúscula hace que mis zapatillas se mojen. Calculé mal. Me paso al escalón superior. Miro la luna y no me dice nada. Es solo un pedazo de piedra pálida colgada en el cielo. O no? O es que… es que nada, es que no me pasa nada, es que estoy muerto y enojado y todo me da lo mismo. Pero debería salvar a la luna y describir la noche de un modo más objetivo y desafectado. Ahí vamos: oscuridad total, algunas estrellas perdidas, las tres marías, la cruz del sur más allá, y la luna como una bola de pool gastada pero brillante. Listo. El Lobo está tardando demasiado y yo no sé si pegarme un tiro o tirarme al río a nadar. Pequeñas encrucijadas de la vida. Otra ola salpica más y mis zapatillas son agua. Agua sucia y llena de mierda y pescados muertos del río de Quilmes. Me tiro. El agua está demasiado baja y mis rodillas golpean con un áspero escalón de la rambla. No me importa, me incorporo y, caminando despacio, me voy metiendo hasta que el aguamierda me llega al cuello. Ahí respiro profundo y me sumerjo. Abro los ojos, pero no veo nada. Braceo y siempre mis dedos chocan con algo. Una cajita de vino, un pescado muerto, una bolsa de nylon. Algo áspero golpea mi cara y la raspa, parece haber sido una rama. Saco la cabeza, abro los ojos. Todo es oscuridad y me doy cuenta que estoy bastante lejos de la orilla. Ahogarme. Eso es lo que necesito?. Nah, tampoco para tanto. Por lo menos hoy, mañana vemos. El río siempre estará en el mismo lugar. Ya más adentro, el agua no es tan asquerosa y puedo dar hasta tres braceadas sin que la basura de todo el partido de Quilmes se cruce en mi camino. Pienso en que, a fin de cuentas, el agua me gusta y, pienso también, en aprender a surfear. Pero qué carajo vas a surfear de noche en el río de Quilmes, medio borracho y en pie de guerra. Eso será otro día. Y pensando en eso y amigándome con la luna, que a decir verdad, desde este punto del mundo resulta verdaderamente hermosa y salvadora, escucho el chuíii de la departamental. Bajan los canas y uno empieza a gritar:

- Qué está haciendo ahí metido?

- Nado, qué? está prohibido?

- Sí, no se puede meter y menos de noche.

- Cómo?

- Que no se puede nadar, y menos de noche.

- Cómo “y menos de noche”? De noche está más contaminado?

- Sí.

- Eh?

Ni lerdo ni perezoso, hundo la cabeza y nado a ciegas bajo el agua en dirección del muelle. Cuando siento que la cabeza me está por explotar, subo a la superficie y estoy en una parte derruida y lejos del muelle. Miro la costa y no hay nadie. Salgo del agua y me escondo atrás de una superficie de hormigón que termina en unas vigas oxidadas y retorcidas. Espero un rato y, cuando pienso que ya estoy seguro, espero otro rato más. Uno nunca es demasiado precavido en estos casos. Recién después de una hora salgo caminando tranquilo y empapado. Camino por Cervantes y paso por la vereda de enfrente de la comisaría mirando hacia abajo. Segundos de tensión, pero nadie me reconoce. Camino un poco más y descubro que R 12 desapareció, y con él El Lobo y el rugbier que papea. En la terminal del 85 no me dejan subir porque estoy mojado. Camino las treinta y cinco cuadras hasta mi casa cagado de frío, sólo como un perro.